Mènage a 4 con estrambote


LAS TRES, boca a boca, compartían el semen que, segundos antes, la verga de Marcelo había vertido ¿en quién?, ¿en Elisa?, ¿en Juana?, ¿en Sonsoles? A saber; porque ellas, labio a labio, lengua a lengua, mezclaban su saliva con el esperma aquel, mientras la enredadera de sus manos se hundía en la maraña de uno y otro pubis y un tercero, buscándose los clítoris con desesperada voracidad.
Y cómo gritaban a coro las tres sirenas, que Ulises y su mástil comenzaron a babear al unísono, reclamando una nueva contienda.
-Bueno, chicas –dijo Marcelo-, esto ha resucitado y ya no se conforma con simulacros ni maniobras: más acción y emoción, es lo que necesito.
Ellas, convencidas de la imposibilidad de una tregua, se miraron, dibujando en sus labios una sonrisa cómplice y malévola, mientras iban tomando posiciones alrededor del cuerpo de Marcelo: Elisa le apretó con su mano derecha los huevos; Juana le tomó el falo con la boca; Sonsoles, finalmente, le introdujo en el ano el dedo índice; y las tres, con la mano que aún les quedaba libre, golpeaban sus respectivos coños, como si en ello les fuese la vida. Él, por su parte, y a falta de otras zonas más asequibles, dado la posición en que se encontraba, daba rienda suelta a su excitación, agarrando por turnos las tres cabelleras y tirando de ellas como un troglodita.
La polla parecía que iba a estallarle de un momento a otro. Eso es lo que ocurre cuando adquiere la máxima rigidez, sin alcanzar aún su objetivo. En esta desazón, movía de un lado a otro la pelvis, de atrás a delante, una vez y otra vez, sintiendo que el deleite le dolía y que la tromba espesa de su virilidad no andaba cerca en exceso.

"Así lo hizo y no por sumisión, sino porque el fluir de sus jugos le estaban exigiendo más acción..."



La mamada de Juana, en punto muerto, no daba abasto, incapaz, por un lado, de abrir las compuertas del gozo, ni contener, por otro, en su cavidad el tronco milenario que la invadía; así que lo soltó violentamente y, saltando sobre sus compañeras, abrió los muslos y se clavó la estaca, hundiéndola hasta el fondo de su chocho.
-Ah, puta –gritó entonces Marcelo-, eres mucho más convincente con el coño que con la boca. Está visto que algunos idiomas no se hicieron para ti. Vamos, muévete con más gracia, estrújamela bien, mientras la zorra de Elisa me ordeña los cojones.
Así lo hizo y no por sumisión, sino porque el fluir de sus jugos le estaban exigiendo más acción, estimulada por aquella verga, ahora convertida en émbolo furioso y auxiliada por la izquierda de Sonsoles que, conforme su índice derecho entraba y salía por el hinchado orificio del hombre, hurgaba el par de su amiga, a punto ya de desfallecer.
Trasplantada a la gloria, Juana envolvía con círculos concéntricos el pene de Marcelo, subiendo, bajando, entrando, saliendo, sorbiéndolo en el tornado de sus músculos vaginales.
-Sigue, sigue –jadeaba Marcelo-, que aún habrá quien diga que eres la mismísima Lagartita y yo el padre de ambas… A ésa, a ésa se follaba el que yo me sé, hasta por el ombligo.
Así, dejando hacer a Juana, que seguía subiendo y bajando y dándole vueltas al torno, sin mostrar el más ínfimo cansancio; a Elisa, a punto o casi de arrancarle los huevos; y a Sonsoles, cuyo dedo índice amenazaba con eyacular, dio rienda suelta a la fantasía, empeñado en ponerle rostro a aquella viciosa anónima que osaba confundirlo con Jacobo Fabiani –un voyeur impotente, pensó- o con Guido Casavieja, pajillero mayor del reino, que tampoco se come una rosca.

"Entonces, como por ensalmo, en medio de la lava blanquecina de un ardiente volcán, fueron apareciendo las figuras de los dos..."


Todo eso pensaba, soñaba y maliciaba, llegando a imaginar a ambos compinches en plena excursión a Sodoma, Gomorra y el último villorrio de la Pentápolis, llevándose a la punta del deseo lo que la realidad les negaba, la muy pelleja.
Omito por pudor, no por censura, la visión paranoica de Marcelo, mientras sus compañeras de jarana seguían afanadas en sacarle la sangre, sin jugar a las enfermeras. Corro, pues, un tupido velo, pues uno, que no es de piedra precisamente, empieza a ponerse cachondo y a recrearse en la suerte, basta, basta…
Pero, ¿por dónde íbamos? Ah, sí… Marcelo, las tres chicas, follando como vándalos, a un tris de correrse los cuatro… Entonces, como por ensalmo, en medio de la lava blanquecina de un ardiente volcán, fueron apareciendo las figuras de los dos mencionados, ambos con sendos cuernos paridénticos y el rabo de cada uno echando chispas por el aguijón.
- ¡Vade retro!, gritó Marcelo, atemorizado.
- Aquí no hay más retro que Esperanza Aguirre –repuso con voz hueca Jacobo Fabiani-
- ¿Qué coño hacéis aquí, en un momento tan inoportuno?
- Venimos a exigirte que nos pagues los derechos de autor.
- Derechos… ¿de qué?
- ¡De qué va a ser, cabrón! Pues del polvazo que acabas de sacudirte.
- ¡Pero si la polla era mía y los chuminos de mis tres amigas!
- Sí, sí, eso es cierto; pero el guión de vuestra jodienda, mira por dónde, pertenece a nuestro repertorio. Así que ¡a pagar!
- ¡Cómo voy a pagaros! Además, esto de follar es del dominio público.
-Follar, sí; pero la puesta en escena… Y no te hagas el tonto: o pagas, o te echamos encima a la SGAE.

Jacobo Fabiani y Guido Casavieja se miraron con el rabillo del ojo. Marcelo, atolondrado, no se atrevía a moverse. Lo hizo complacido, unos minutos más tarde, mientras los dos fantasmas le daban por el culo.
Colorín, colorado…
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© Jacobo Fabiani, 2009.-