LAS TRES, boca a boca, compartían el semen que, segundos antes, la verga de Marcelo había vertido ¿en quién?, ¿en Elisa?, ¿en Juana?, ¿en Sonsoles? A saber; porque ellas, labio a labio, lengua a lengua, mezclaban su saliva con el esperma aquel, mientras la enredadera de sus manos se hundía en la maraña de uno y otro pubis y un tercero, buscándose los clítoris con desesperada voracidad.
Y cómo gritaban a coro las tres sirenas, que Ulises y su mástil comenzaron a babear al unísono, reclamando una nueva contienda.
-Bueno, chicas –dijo Marcelo-, esto ha resucitado y ya no se conforma con simulacros ni maniobras: más acción y emoción, es lo que necesito.
Ellas, convencidas de la imposibilidad de una tregua, se miraron, dibujando en sus labios una sonrisa cómplice y malévola, mientras iban tomando posiciones alrededor del cuerpo de Marcelo: Elisa le apretó con su mano derecha los huevos; Juana le tomó el falo con la boca; Sonsoles, finalmente, le introdujo en el ano el dedo índice; y las tres, con la mano que aún les quedaba libre, golpeaban sus respectivos coños, como si en ello les fuese la vida. Él, por su parte, y a falta de otras zonas más asequibles, dado la posición en que se encontraba, daba rienda suelta a su excitación, agarrando por turnos las tres cabelleras y tirando de ellas como un troglodita.
La polla parecía que iba a estallarle de un momento a otro. Eso es lo que ocurre cuando adquiere la máxima rigidez, sin alcanzar aún su objetivo. En esta desazón, movía de un lado a otro la pelvis, de atrás a delante, una vez y otra vez, sintiendo que el deleite le dolía y que la tromba espesa de su virilidad no andaba cerca en exceso.